lunes, 10 de agosto de 2009

Las lecciones del golpe en Honduras (*)

“Es una tarea heroica, no estoy exagerando, ustedes son héroes y heroínas, así lo reconocemos”, les dijo el presidente Hugo Chávez a los periodistas de Telesur y Venezolana de Televisión que están cubriendo la actualidad en Honduras luego del golpe de Estado del 28 de junio pasado. Ni más ni menos que lo que planteamos en la cumbre fundacional del Huerta Grande. Allí, ese frío sábado decíamos que la lucha política, sobre todo la revolucionaria, se librará cada vez más en el campo mediático.
No es que los periodistas tengan que pasar al centro de la noticia, sino que lo que va a ser determinante de aquí en más será la noticia misma. No es importante si a una periodista la secuestran o le pegan un par de culatazos, lo que importa es si la realidad puede o no transmitirse en directo y a todo el mundo.

La sentencia de que “la lucha política se libreará cada vez más en el campo mediático” quedó de manifiesto en el proceso golpista hondureño, que nunca se hubiera conocido en el mundo entero sin la tarea de Telesur. De hecho, fue el único medio televisivo por el cual el mundo pudo enterarse de lo que estaba pasando en el país de Morazán. Si uno hacía zapping entre Telesur y CNN, se veían dos realidades y escenarios totalmente distintos. Ni hablar de los medios hondureños, que en los momentos cruciales pasaban dibujos animados. Igual que los venezolanos en el golpe mediático de 2002.
Y lo más importante es que de esos escenarios tan distintos, depende en gran parte el destino de nuestra América. América latina, Indoamérica, o como se le quiera llamar, es la única región del mundo en la que se está discutiendo verdaderamente política e ideología, donde hay en discusión distintos proyectos de nación. No hay otro lugar en el mundo, por mucho que se busque, en el cual estén desplegadas al viento las velas de la revolución, con todos sus matices, con todas sus contradicciones.

Uno de esos lugares de nuestra América, claves en esta revolución continental, es Honduras, y de ahí la importancia de cómo termine esta aventura golpista. Con todas sus contradicciones y enigmas, Honduras estaba siendo conducida por un ex empresario maderero del Partido Liberal hacia la revolución de Morazán y Bolívar. El presidente constitucional Manuel “Mel” Zelaya había incluida a su país en la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba, alternativa al Alca de los yanquis). Había iniciado un proceso no sólo de integración regional sino también de distribución de la riqueza. Y todo eso en el país que históricamente fue la plataforma del Imperio en Centroamérica.

Hay que recordar que desde Honduras la CIA planificó el derrocamiento en 1954 de Jacobo Arbenz en Guatemala, la invasión de la Bahía de Cochinos en 1961, la guerra contrarrevolucionaria de Nicaragua y la guerra contrainsurgente de El Salvador en la década de 1980. Por todo eso, Honduras es emblemática, además de por ser la cuna de Morazán y por ende el germen de la unidad de los cinco Estados en que se dividió la nación centroamericana (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica).

Por eso también, es emblemática la reacción de las clases dominantes locales en combinación con el Imperio, usando como herramienta a los militares cipayos, como lo han hecho históricamente en toda América latina, reprimiendo a la democracia y al pueblo. Y por eso, si el golpismo tiene éxito, será un problema para toda la región.

Lo nuevo de este golpe fue la condena unánime de la comunidad internacional, incluidas la Unión Europea, la ONU y la OEA. Hasta Estados Unidos condenó el golpe de Estado, en la persona de su presidente Barack Obama, lo que no quiere decir que la CIA no haya estado atrás del mismo.

De hecho, el gatopardismo es parte de la reacción contrarrevolucionaria desde los Estados Unidos hasta la actitud de Oscar Arias, presidente neoliberal de Costa Rica, quien bajo una supuesta intención de mediar entre las partes, lo único que hizo fue legitimizar a los golpistas hondureños. Ahí también podríamos marcar uno de los errores del presidente Zelaya.

El primer gran error fue haber deambulado por toda América, y sobre todo por Norteamérica, mendigando apoyos, en vez de instalarse en algún paso fronterizo de Honduras y convocar ahí tanto al pueblo hondureño cuanto a los líderes internacionales que quisieran expresarle su apoyo.

El segundo gran error fue intentar aterrizar en el aeropuerto de Tegucigalpa en un avión el domingo 5 de julio, cosa que previsiblemente no pudo hacer porque los militares golpistas habían puesto carros en la pista de aterrizaje. Lo que debería haber hecho era ir en avión hasta algún país vecino y desde ahí en helicóptero hasta cualquier lugar de Honduras, obligando a los golpistas a matarlo (y con él a los pilotos), a detenerlo o a permitir su vuelta a la patria.

El tercer gran error fue aceptar una negociación en San José de Costa Rica, propiciada por el presidente de ese país, premio Nóbel de la Paz, Oscar Arias. Eso fue darle escenario legal internacional y legitimidad a los golpistas, un paso atrás inconmensurable por ahora. Pero de aquí en adelante, cualquiera puede quebrar el orden constitucional, ignorar la voz del pueblo y luego pedir ser escuchado y hasta negociar.

Los errores de la comunidad internacional fueron no menos grandes y graves. Haberle dado tanta entidad a una entidad supranacional tan degradada y descompuesta como la OEA es, cuanto menos, peligroso. Nada asegura que esta institución internacional, que durante 47 años mantuvo al margen a Cuba y fue el sustento ideológico del perverso bloqueo, en el futuro no actúe en contra de los procesos revolucionarios en el continente.

El otro gran error que todavía no se concreta pero que se vislumbra por parte de la comunidad internacional es el de aceptar como vía de solución para Honduras las elecciones del 29 de noviembre o, incluso, elecciones anticipadas. Ningún gobierno surgido de unas elecciones montadas sobre un proceso golpista puede tener el visto bueno y la aprobación de la comunidad internacional.

En este contexto, se podría deducir en primera lectura que el golpe, a esta altura consolidado, en Honduras significa un mazazo al proceso revolucionario de Indoamérica. Primero porque los líderes bolivarianos fueron los primeros y más enérgicos en condenar el golpe, sobre todo Chávez que abogó por luchar “por todos los medios contra el gobierno golpista” y Evo Morales, que dio la idea de que otros presidentes acompañaran a Zelaya en su vuelta a la patria. Segundo, porque este golpe también podría funcionar como mensaje mafioso de amedrentamiento, por parte del Imperio y de las oligarquías locales, a otros gobiernos regionales a punto de ingresar al Alba, como el de Paraguay.

Pero también puede leerse exactamente al revés, como una posibilidad inmejorable para que el Alba de el salto de calidad que está necesitando la revolución americana y, entre otras cosas, avance en la integración militar de sus países. Una integración de las fuerzas armadas populares de nuestra América que se comprometan a defender a sus pueblos y democracias de cualquier agresión, interna o externa.

En definitiva, dos enseñanzas que nos deja el golpe de Estado gorila en Honduras: la importancia actual y futura de los periodistas y de los militares en los procesos revolucionarios o su contratara reaccionaria.

(*) por MARIANO SARAVIA publicado en www.marianosaravia.com.ar

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